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Federico García Lorca, la primera memoria

Federico García Lorca, la primera memoria - Tintablanca
Busto en bronce del poeta ubicado en el patio de la casa familiar de los García Lorca en Fuente Vaqueros.
Manuel Mateo Pérez | 2 abr 2023

En Valdepeñas, en Ciudad Real, hay un museo dedicado al pintor Gregorio Prieto que intimó con Federico y con Luis Cernuda en los años veinte y treinta del pasado siglo. En una de las salas de aquella casona manchega cuelgan los dibujos que el poeta granadino le regaló. Son dibujos naïf, de una enternecedora inocencia e ingenuidad, personajes de cachiporra, magos, hadas y sencillos hombres y mujeres de campo, inspirados en los labriegos de la Vega, todos llenos de color, de mucho rojo, azul, amarillo y verde violento. Gregorio Prieto, en una entrevista que a mediados de los años setenta le hacen en Televisión Española, dice: “Cuando yo conocí a Federico y a Luis supe que el primero estaba condenado a la fama y el segundo al silencio”.

Es fácil rastrear la herencia literaria del poeta de Granada en las generaciones que llegaron después de su asesinato. La sangre lírica de Federico está presente en la noche de la posguerra, en la poesía del exilio, en la poesía existencial y en la poesía social que se extiende hasta la Transición y después en los novísimos, en la postmodernidad que da la espalda al ruralismo sangriento del teatro lorquiano y en la sentimentalidad, cuyos ecos se pierden en estos tiempos sin etiquetas, confusión y mezcla. ¿Quién no se siente heredero de Poeta en Nueva York o del Diván del Tamarit?

Hay un fondo en esa herencia que pervive en nuestros días, que se manifiesta silencioso en Granada, en sus calles, en la planicie de la Vega cuyos pueblos reivindican los primeros pasos del poeta antes de que sus alas se desplieguen por Madrid y años después por las ciudades donde anduvo, amó, se inspiró y escribió sus versos.

En ese universo lorquiano la Vega constituye la primera memoria. “Verde que te quiero verde. / Verde viento. Verdes ramas.” En Fuente Vaqueros abre sus puertas el Museo de la Casa Natal, en cuyo patio empedrado hay una escultura en bronce donde nunca faltan flores frescas. En la memoria del poeta, Fuente Vaqueros estuvo siempre presente. En septiembre de 1931 Federico volvió a su pueblo natal en cuya plaza principal leyó con motivo de la inauguración de la biblioteca su célebre Alocución al pueblo de Fuente Vaqueros, donde dicta ante sus vecinos: “Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales”.
Valderrubio, la antigua Asquerosa hasta 1943, fue la segunda casa donde vivió Federico en compañía de sus hermanos Francisco y Concha. Y en aquel pueblo, apenas a siete kilómetros de Fuente Vaqueros, el poeta conocería la realidad de la tierra, la dureza del trabajo y la desigualdad económica que separaba a su acomodada familia de los jornaleros que trabajaban a su servicio. Los García Lorca permanecieron en Valderrubio hasta 1908, antes de marchar definitivamente a Granada. Pero la casa permaneció abierta hasta 1925, en especial en verano, en aquellos meses de estío donde el poeta escribe a su amigo Adolfo Salazar diciéndole que “en los anocheceres se vive en plena fantasía, en un sueño a medio borrar”.

La Huerta de San Vicente estaba a las afueras de Granada cuando la familia la convierte en su residencia de verano desde 1926 hasta el asesinato de Federico, en agosto de 1936. De ella salió para no volver a aquel lugar luminoso y perfumado, esa suerte de apacible edén donde el poeta escribió sus más importantes obras, donde recibió a sus más conocidas amistades y donde construyó sus deseos, sus proyectos y escondidas ilusiones. Hoy la Huerta de San Vicente es uno de los espacios icónicos de la ruta lorquiana y la habitación del poeta se conserva tal y como la dejó. “Granada enfrente de mi balcón, tendida a lo lejos con una hermosura jamás igualada”, escribió el poeta a su amigo Jorge Zalamea. “Si muero / dejad el balcón abierto”. Hay en aquella estancia una mesa de escritorio, una estampa de la Virgen Dolorosa de los Cuatro Puñales, una pintura de Rafael Alberti y el cartel del teatro universitario de La Barraca, que pintó Benjamín Palencia.

En 1922 Federico y don Manuel de Falla proyectan la celebración del primer Concurso de Cante Jondo. En el censo municipal el célebre maestro gaditano se había inscrito como músico compositor. Granada vive en los primeros años veinte una singular edad de plata donde el músico multiplica su presencia. García Lorca se hará íntimo suyo. A su cofradía de amigos, urdida en torno a la tertulia de El Rinconcillo, pertenecen el pintor jiennense Manuel Ángeles Ortiz que en compañía del escultor Hermenegildo Lanz trabajan por entonces en el montaje del Retablo de Maese Pedro. A aquel círculo de amistades también pertenecía Leopoldo Torres Balbás, que en aquel tiempo ejercía de arquitecto conservador de la Alhambra y que había impreso en el monumento la nueva metodología de la restauración científica. Falla y Lorca son parroquianos del bar del Polinario, ubicado en los baños de la mezquita de la Alhambra, donde el padre del guitarrista Ángel Barrios había reunido una pinacoteca de amigos suyos como Zuloaga, Apperley, López Mezquita, Rusiñol, Morcillo o Carazo.

Don Manuel de Falla vivía en el carmen de la Antequeruela, en compañía de su hermana María del Carmen. Federico pasó muchas tardes allí. Y muy cerca de aquel apacible lugar, en el teatrillo del hotel Alhambra Palace, don Manuel y el poeta organizaron los recitales previos al Concurso de Cante Jondo y años después, en mayo de 1929, el homenaje a Margarita Xirgú, a propósito de su interpretación en la obra Mariana Pineda, estrenada aquellos días en Granada. Uno de esos días, en El Defensor de Granada apareció un suelto que decía: “A García Lorca, renovador de la lírica española, lo hemos descubierto los propios granadinos y hemos dicho a Madrid y al resto de España: Ahí lleváis a un poeta que ha nacido en Granada y que tiene toda la magnificencia de esta prodigiosa tierra andaluza”.
Los días 13 y 14 de junio de 1922 la plaza de los Aljibes, la explanada que media entre la Alcazaba y los Palacios Nazaríes de la Alhambra, fue escenario del concurso. Federico y don Manuel coincidían en que el flamenco era la melodía que singularizaba la cultura del sur de España, y que su apego popular podía permear en los oídos más cultos, acostumbrados a la solemnidad de la música clásica. La Alhambra es otro de esos espacios donde aún late la memoria del poeta. La plaza de los Aljibes no es el único lugar donde su sombra permanece. Lo hace también en uno de los tramos de escalera de la torre de los Siete Suelos, una de las cuatro puertas reales del conjunto monumental, donde fue retratado sentado en compañía de su hermano Francisco, Adolfo Salazar y don Manuel de Falla.
Esa dualidad que establece el Albayzín, el barrio blanco de Granada salpicado de cármenes íntimos y coronado de cipreses, con la colina roja donde se erige la Alhambra, está presente en los recuerdos con los que Federico construirá su obra. En junio de 1924, la visita a la Alhambra y a los jardines del Generalife en compañía de Juan Ramón Jiménez y su esposa Zenobia Camprubí afianza la amistad con el maestro.
La familia García Lorca se había mudado a varios inmuebles del centro de la ciudad, pero mantenía la Huerta de San Vicente como su más preciado lugar de descanso y retiro. García Lorca volvía a ella con regularidad, remataba allí sus obras de teatro, improvisaba representaciones y acogía con la hospitalidad que siempre caracterizó a la familia a los amigos que llegaban hasta Granada.

De la Huerta de San Vicente salió Federico paralizado por el miedo la noche del 9 de agosto del 36 camino, unos centenares de metros ciudad adentro, de la casa de los Rosales. Lo que pasó después lo hemos detallado en el capítulo anterior. Alfacar y Víznar, los lugares donde se cometió el crimen, son en la actualidad un espacio para la memoria, el recogimiento y la poesía. El barranco de Víznar inspiró, mediado el pasado siglo, al pintor granadino José Guerrero, adscrito al expresionismo abstracto que asumió durante su larga estancia en Nueva York. Hoy, aquella tremenda tela cuelga en el centro que lleva su nombre, en la calle Oficios, frente al Sagrario y al lado de la Alcaicería. La obra se titula La brecha de Víznar y a los pies del lienzo hay una mancha de rojo violento que representa la sangre derramada del poeta.

Los fondos de la Fundación García Lorca se guardan desde junio de 2018 en el Centro Federico García Lorca que abre en la plaza de la Romanilla, a un salto de la Catedral y de la plaza Bib-Rambla. El edificio, de aliento vanguardista, es obra de los arquitectos Héctor Mendoza, Mónica Juvera, Mara Partida y Boris Bezan, tiene una superficie próxima a los cinco mil metros cuadrados, una biblioteca temática y sobre ella una cámara acorazada, construida en acero, que atesora cinco mil manuscritos del poeta y otros tres mil de diferentes autores, ligados a la vida de Federico.

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