La Alhambra de Granada, uno de los conjuntos patrimoniales más deslumbrantes del mundo, fue la casa real de la última dinastía hispanomusulmana. En ella gobernaron veinticuatro sultanes antes de la entrada de los Reyes Católicos. El agua es la sangre que alimenta un monumento pregonado por poetas, músicos y pintores de todas las épocas. Fue el destino predilecto de los viajeros románticos y en las paredes de sus palacios están escritas las preguntas y respuestas de un espacio planetario que sigue sorprendiéndonos por su desatada belleza y modernidad.
El escritor y editor Manuel Mateo Pérez y la artista Aixa Portero se acercan al conjunto monumental granadino desde diferentes perspectivas. El agua, la arquitectura, la historia, la verdad y la mentira que giran alrededor del monumento, los artistas que quedaron cegados por su belleza inigualable, la música que inspiró a los grandes compositores o los literatos que derramaron sobre ella sus más encendidos versos y párrafos viven en esta Tintablanca que sostiene que no es más verídica la ciudadela que construyeron los nazaríes que la que habitaron los románticos del XIX. “Todas las Alhambras son reales”, considera su autor. “La Alhambra ha llegado hasta nosotros —explica Manuel Mateo Pérez en el capítulo primero de su libro— porque siempre estuvo habitada, porque nunca dejó de ser un espacio usado, vivido, codiciado. Su la apasionada cultura nazarí la puso en pie, otra cultura la supo admirar, vivir, leer y preservar”.
Título | La Alhambra |
Autores | Manuel Mateo Pérez y Aixa Portero |
Número de páginas | 240, incluido un cuaderno de viaje de 46 páginas y un cuaderno de dibujo con un papel especial blanco de alto gramaje de 16 páginas. |
Medidas | 205 x 130 mm |
ISBN | 978-84-122203-6-0 |
Primera edición | Junio de 2022 |
PVP | 29,90 € |
«Mediado el siglo XIII nada hacía creer que el recién constituido reino nazarí de Granada sobreviviría doscientos cincuenta y cuatro años. En su gobierno se sucedieron hasta veinticuatro sultanes, desde el persuasivo Ibn al-Ahmar hasta Boabdil, tratado con injusta inquina por la historiografía cristiana. Durante aquellos dos siglos y medio la Alhambra se convirtió en divisa y anhelo del último reino hispanomusulmán en tierras peninsulares. Que sobreviviera tanto tiempo fue en parte gracias al cuerpo diplomático que formó con eximios polígrafos y visires que despacharon con exquisito tacto sus acuerdos comerciales y de no agresión. No ha trascendido el nombre de los arquitectos de la Alhambra, pero sí el de los grandes poetas cortesanos a los que se achaca buena parte del proyecto iconográfico de los grandes palacios nazaríes. Ibn al-Jatib e Ibn Zamrak persuadieron con sus recomendaciones a los alarifes al servicio de sultanes como Yúsuf I y Muhammad V, y escribieron sus poemas en las paredes de los nuevos palacios, el papel más bello jamás concebido. La Alhambra es una realidad de agua, poesía y cielo. El agua es la sustancia que en la cultura islámica más se aproxima al paraíso y alimenta el conjunto monumental a través de un complejo sistema hidráulico que apenas ha cambiado desde los inicios de su construcción. El agua en la Alhambra es como la savia en los árboles que buscan la luz sobre el tapiz inclinado de la colina roja de la Sabika, un escenario de jugosos frutos, aves que cantan y brisas evocadoras, el espacio donde amar, reposar, componer y solazar el espíritu»