Yo no conozco, no he escuchado, no he sentido nunca una música que me predisponga tanto a la serenidad y la ilusión como la de Pat Metheny. Cuando después de un viaje agotador vuelvo a casa, cuando todo se complica, los aviones se retrasan, las maletas se olvidan y no hay nadie esperándome al otro lado de la terminal acomodo mis inalámbricos y tecleo en el teléfono Last train home, cuyo ritmo incesante al emular un viejo tren de vapor tiene la facultad de hacerme sentir confiada y a un rato de estar en casa. Last train home es una vez más la víspera, la más bella de las esdrújulas, el bálsamo cuyos principios activos están hechos de serenidad e ilusión que son conceptos que en apariencia no guardan relación entre sí, pero cuya búsqueda constituye uno de los argumentos principales de cualquiera de nuestras vidas.
He viajado a las ciudades más remotas para asistir solo a un concierto de Pat Metheny. Y esta militancia la ejerzo desde hace décadas, desde muy poco después de cumplidos los doce años cuando escuché por vez primera, en disco de vinilo, aquel doble lp titulado Travels. “Sí. Me voy contigo”, le he contestado al guitarrista cada vez que escuchaba Are you going with me? Y cuando me he enamorado y he querido hacerle ver al hombre que amaba todo lo que sentía por él lo he hecho oír esta pieza y lo he invitado a que me formule la pregunta solo por el placer de sentirlo escuchar: “Sí. Me voy contigo”.
En 1993, cuando Pat Metheny Group lanzó su disco We life here yo vivía la mitad del año en Nueva York y la otra mitad en España. Era joven y estudiaba literatura americana en uno de aquellos edificios de ladrillo rojo, con formas neorrenacentistas, donde Federico García Lorca se fotografió junto a la gran esfera de ónice negro y a cuyos pies hay una inscripción en bronce que aún nos advierte: Horam expecta veniet. Cuando aún no había amanecido en Manhattan yo subía en metro hasta Morningside Heights, y era la primera en llegar a la biblioteca de Columbia donde leía concentrada durante tres largas horas hasta que la universidad cobraba su habitual ajetreo. Recuerdo que una de aquellas mañanas, cuando salía de la biblioteca, vi un cartel que anunciaba el concierto de Pat Metheny y su grupo en una sala del Midtown. Compré dos entradas, una para mí y otra para el chico del que estaba enamorada, un compañero de clase de Pasadena, obsesionado con la poesía de Elizabeth Bishop y Robert Lowell al que deseaba decirle: “Sí. Me voy contigo”.
Espera la hora, vendrá. Parecía como si aquella alocución latina que Federico había leído sesenta y tres años antes estuviera predestinada también para mí, como si el tiempo paralizado en aquella inscripción en bronce descolorido hubiera sido escrita por un desconocido para que el poeta y yo sintiéramos al leerla la certeza de una advertencia que no podíamos pasar por alto, una exhortación inexorable, una admonición de obligado cumplimiento. Disfrutamos juntos del concierto de mi guitarrista favorito y cuando, en el único bis de la noche, Paul Wertico dio los dos golpes de tambor que preludian Are you going with me? acerqué mis labios al oído de aquel chico para deletrearle el título de la obra y pedirle que me lo preguntara a mí. Sonrió ante mi petición y obedeció. Y cuando yo dije: “Sí. Me voy contigo” me besó mientras Pat Metheny, en el escenario, improvisaba el primero de los dos solos de guitarra de la que está hecha esa obra maestra. El resto del curso lo pasamos recitando juntos versos de Bishop y aprendiendo de memoria los poemas más abrasadores de los que está hecho el libro Día a día de Lowell. Al año siguiente mi chico había regresado a California y no volvimos a vernos. Pero otra de esas mañanas leí en un cartel colgado en el vestíbulo de la biblioteca el anuncio del concierto de Pat Metheny que presentaba nuevo trabajo junto al guitarrista John Scolfield. Esa noche no interpretaron Are you going with me? ni yo tenía cerca a nadie en mi vida a quien decirle: “Sí. Me voy contigo”. ‘Espera la hora, vendrá’, me dije a la salida del Lincoln Centre.
P.D. Estos días, una amiga que trabaja en mi editorial favorita me ha confiado que para cuando el guitarrista Pat Metheny suba al escenario del festival Tío Pepe, el miércoles 26 de julio, estará impreso el nuevo volumen de Tintablanca dedicado a Jerez. No es posible imaginar dos mejores motivos para volver a una de las ciudades que más amo en Andalucía.