En Silver Springs, hacia el final de la canción, Stevie Nicks dejó escrito: “You’ll never get away from the sound of the woman that loves you”. Nunca conseguirás alejarte de la voz de la mujer que te ama. Y cuando Fleetwood Mac la interpretaba en directo, la bella Stevie miraba al guitarrista Lindsey Buckingham con los mismos ojos derretidos que él le profería, víctimas los dos de esa suerte de historias de amor disruptivas, angustiosas y alambicadas, llenas de esquinas y agujeros negros nunca del todo resueltos. Stevie y Lindsey enarbolaban esa clase de amor capaz de convertir una noche en el polvo del siglo o en un drama sangriento los dos ingresados en una unidad de cuidados intensivos. Aquellos dos jóvenes norteamericanos prometieron a finales de los años setenta del pasado siglo que su desaforada crónica sentimental no condicionaría de modo alguno su exitosa carrera con la banda británica, fundada y dirigida por Mick Fleetwood. Pero más veces de lo deseado no era posible para ninguno de los dos arrinconar las viejas pasiones. Y aquellas florecían o herían, según el caso, hasta determinar la biografía de la banda, su día a día, las rencillas, resquemores y conflicto entre sus integrantes, en especial en tiempos de gira.
La cara b del amor está escrita con faltas de ortografía. Pero a veces, entre esa hojarasca y sin que ninguno de los dos protagonistas lo pretenda, destellan flores como Silver Spring, compuesta para causar dolor al otro, pero tan llena de belleza, autenticidad y ternura que el tiempo es capaz de restañar cualquier vendetta malintencionada que la iluminara.
Estos días que en Amazon Prime veo la serie Daisy Jones & The Six, inspirada en el libro de Taylor Jenkins Reid, he vuelto a poner a toda voz Silver Spring, esa grandeza de himno de cuatro minutos cuarenta y ocho segundos que lo mismo sirve para hacer vudú contra aquel canalla inglés que una tarde te rompió el corazón a orillas del lago Mälar como para henchirte de autosuficiencia y mirarte al espejo mientras te repites: “nunca más volverás ser la gran idiota bajo el cielo de Estocolmo”.
Al escuchar por tercera vez cantar a Stevie Nicks “I know I could’ve loved you” cualquier hombre o mujer con un mínimo de dignidad habría de decirse a sí mismo: “¿Haberlo amado? De ningún modo. Ya me amo yo”.
Dicho de otro modo: frente a las arrugas terrenales que causa el amor están a un salto, al lado nuestro, como una dulce tentación con solo girar la cabeza hacia el lado correcto las caricias recién planchadas, limpias y aromáticas de una vida cuya única comandante en jefe eres tú.
Pero de esto les hablo otro día. Ahora ando preparando maletas. Me voy durante una temporada a Berlín.