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Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace...

Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace... - Tintablanca
Luis Antonio de Villena, Andrea Stefanoni, de La Mistral, y Juan Vida.
Almudena Trobat | 18 may 2023

A un poeta como Federico García Lorca, a un genio y un mito que lleva décadas inundando con ríos de tinta historia, crítica y recuerdo, es difícil agasajarlo con otro pregón. Y a pesar de esa certeza el libro Los mundos infinitos de Lorca, escrito por Luis Antonio de Villena e ilustrado por el artista Juan Vida, participa de algo nuevo y original, de una mirada diferente a la vida y obra de un poeta mayor, cuyo legado está a la altura de Lope de Vega, Quevedo o Juan Ramón. Los mundos infinitos de Lorca, editados por la exquisita Tintablanca, fue presentado en La Mistral, en una de las librerías más bellas de España, a un salto de la Puerta del Sol de Madrid. De Villena, sentado en el teatrito lorquiano que la librería tiene en su sótano, recordó que no hubo el pasado siglo un poeta más atado al amor y el deseo, a esa “norma que agita igual carne y lucero”, hambre, carnalidad, presagio y dolor. Juan Vida, que es de Granada y que recuerda cuando de niño su padre y sus hermanos leían versos luminosos de Federico, ha puesto en pie una colección de dibujos magistrales, una paleta de color que tiene que ver con el “verde que te quiero verde” de la Vega y las oscuridades que manchan La casa de Bernarda Alba y muchos versos de su Romance de la pena negra.

Federico nació en el seno de una familia rural acomodada. Conoció desde niño las desigualdades sociales y sin perder la inocencia con la que en su casa hacía teatro y títeres marchó a Madrid, a la Residencia de Estudiantes. “Allí conoció a Dalí y a Buñuel, este último homófobo declarado, difícil y poco amigo a las ambigüedades”, recordó De Villena. Madrid fue el centro de un mundo que Federico extendió a Nueva York primero, donde se halla la génesis de algunas de sus mejores obras, Cuba después y Buenos Aires por último, donde triunfó, ganó dinero y, cómo no, volvió a enamorarse. Los mundos infinitos de Lorca, encuadernados con la lujosa tela de algodón orgánico de color verde vivo que singularizan las colecciones editoriales de Tintablanca, ahonda en los tres últimos capítulos del libro en los presagios de dolor que Federico intuye en los años finales de la Segunda república. “Todos saben que se equivocó al regresar a Granada”, coinciden De Villena y Vida. “Cómo iba a imaginar que allí le esperaba el asesinato por parte de una camada de criminales”, se interrogan. Pero fue su muerte violenta, la misma que desde las dos partes de la contiendan padecieron personas en todo inocentes, lo que transmutó a palabras de Luis Antonio de Villena al poeta en mito. Lo explicó así: “Un poeta de primera fila, alguien que al ser asesinado en una guerra espantosa y fratricida se convierte en la imagen vulnerada y pura de un drama histórico. La injusticia de la inocencia aplastada. La verde destrucción del generoso olivo”. Y añadió: “Habría grandes poetas en la generación de Lorca, pero ni Guillén ni Cernuda pueden ser mitos porque falta esa segunda condición de emblema o de icono de un tiempo”.

No hay duda. Igual Federico, en lugar de para aquel torero, escribía para él mismo los versos en Alma ausente que decían: “Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace, / un andaluz tan claro, tan rico de aventura”.

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