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Massachusetts, un libro y un billete de avión

Massachusetts, un libro y un billete de avión - Tintablanca
Ilustración de Patricia Bolaños para la Tintablanca de Cartas desde Massachusetts.
Almudena Trobat | 13 ene 2023

Cartas desde Massachusetts es uno de esos libros raros que tienen la extraña (y maravillosa) facultad de multiplicar la manera de acercarse a ellos. Dicho de otro modo:  Una puede leerlo como el libro de viaje que es. También siguiendo la estela personal de la autora, las pistas que ofrece en torno a su vida personal, las huellas de su intimidad y, en consecuencia, su singular mirada acerca de las cosas que la rodean. El texto, además, presta una especial atención a los espacios naturales de allí, a los bosques del estado, a los paisajes frente al océano, a los senderos que prometen llevarnos a lugares insospechados, a la apacible serenidad de sus pequeños poblados y a la amenidad y la diversión que desatan sus grandes ciudades. Su lectura nos despierta el ansia por recorrer sin descanso las Montañas Berkshire y conducir sin rumbo, desde la mañana a la noche, por las carreteras solitarias, flanqueadas de abetos, abedules y de altivas secuoyas allí donde la naturaleza se agiganta.  

La Tintablanca de Cartas desde Massachusetts, escrita por Laura Riñón Sirera e ilustrada por Patricia Bolaños, es todo eso y a la vez el vademécum de los más distinguidos escritores que ha dado Estados Unidos. Si fue allí donde los Padres Fundadores hallaron el ansia por crear una nación nueva no es de extrañar que fueran aquellos mismos paisajes, aquellas mismas ciudades las que vieran nacer a los narradores de los que está hecha la mejor literatura norteamericana. El libro nos acerca, o mejor dicho, nos incita a regresar a las obras que consagraron a Louisa May Alcott, Emily Dickinson o Ralph Waldo Emerson. En su viaje por las ciudades del estado de Massachusetts las autoras releen Walden de Henry David Thoreau y nos recuerdan que “no puede haber una melancolía realmente negra para el que vive en medio de la naturaleza y goza de sus sentidos”.

Hay en los diez capítulos que llenan las doscientas cuarenta páginas del libro (esta es una Tintablanca especial: carece del cuaderno de escritura e incluso del cuaderno de dibujo; los textos llenan el volumen en su totalidad y apenas hay un par de páginas para notas al final de cada una de las diez partes de las que está hecho el libro) un homenaje permanente a Nathaniel Hawthorne. Se diría que cuando Laura Riñón relee La letra escarlata busca el modo de zafarse del asfixiante puritanismo que permea la novela, de la ubicua amenaza de la culpa de la que están hechos los años en que se desarrolla la obra más conocida del escritor nacido en Salem en 1804. A mitad de La letra escarlata, Hawthorne escribe: “Su pecado era tan conocido que parecía que la naturaleza entera lo conociera”.

Para aproximarse a la emoción que el capitán Ahab debió de sentir en la búsqueda de la ballena blanca, Laura Riñón y Patricia Bolaños viajan hasta los confines atlánticos de Massachusetts, hasta el puerto de Nantucket, a la búsqueda de los últimos estertores de aquella aventura.  

Call me Ishmael —vuelve a escribir la escritora, mientras Patricia dibuja la silueta de la ballena bajo las profundidades abisales de un océano donde cualquier velero, por grande que sea, es una insignificancia en la línea del horizonte.

Cartas desde Massachusetts es un libro y un billete de avión, porque cuando lo cierras te arroba el deseo irrefrenable de recorrer los caminos que Patricia y Laura disfrutaron el verano del pasado año para ilustrar y escribir esta deliciosa Tintablanca. “Una no sabe cuánto le ha influido un lugar hasta que se va”, nos advierte la escritora en el capítulo final del volumen. Quizá lo que no imaginan sus autoras es cuánto nos puede influir un buen libro antes incluso de llegar a ese lugar que desconocemos y sobre el que aún no pesa nuestro recuerdo.

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